Ser consecuente con los actos propios de la vida, y tener el talento para reflejar con un pincel la pura realidad que nos circunda, no es solo vocación como muchos piensan. Es necesario tener una virtud extrema para lograr fotografiar lo imprevisto, lo innatural, lo maravilloso, lo real visible a nuestros ojos. Entre Pinceles y Sueños.
Acostumbrarnos a observar con detenimiento, aquella impronta o escena que bien podemos disfrutar o rechazamos casi sin obligación, nos convoca a aplaudir a aquellos que saben llevar a una imagen casi fija, la veracidad de un país, un paisaje, una secuencia, un pedazo de vida
Reflejar lo valedero significa respetar la costumbre, ser fiel a las raíces que nos unen con nuestra génesis y convertirla en plena gloria.
Joaquín Torcuato Cuadras Sagarra, es uno de esos artistas que cumplieron a cabalidad tal propósito. Por eso es bien merecido que estás letras lo dignifiquen y le aplaudan hasta la eternidad. Nacido el 19 de mayo de 1833, proveniente de una familia muy acomodada y de origen catalán, se convirtió en una de esas figuras de sociedad que no le importó la fama ni el orgullo artístico para demostrar su innato talento. De echo pocas bibliografías correspondientes a la historia de la pintura en Cuba lo toman como referente. Tal cual ingratitud sería inmerecida si no tocamos con un pincel colorido, caribeño y mágico el devenir artístico de su vida.
La adolescencia
Joaquín representaba ser un adolescente muy común de aquella época del siglo XIX, jocoso, aventurero, muy hiperactivo, amistoso y soñador. Le encantaba visitar a sus familiares en el campo florido de tierras cercanas, participar activamente en la retreta, acudiaal teatro y hasta se disfrazaba en los ya populares carnavales santiagueros. Cuántas fantasías para aquel travieso joven que con su mirada profunda lograba retratar, y no precisamente con un iPhone de última generación todo lo que le rodeaba. Cada mínimo detalle se transformaba en un epicentro multicolor de ilusiones. Sus primeros estudios estuvieron centrados en la pintura, su vocación sobrepasaba los límites de cualquier otra profesión. Aunque se cuenta que realizó importantes retratos, paisajes y hasta cuadros, se le recuerda como un pintor costumbrista. Movimiento artístico que enfocaba de manera extrema la psicología social de los pueblos, de su ciudad caribeña.
Su larga estancia por el continente europeo lo desligaron de todo cuanto acontecía a nivel artístico en la Isla. De ahí vino su casi anonimato. Pero aprovecho su estancia en el exterior del país para afianzarse de la exquisitez de las técnicas pictóricas del momento. Realizó estudios en Italia, Inglaterra, Escocia y España.
Lo que permitió ir al margen de lo que se venía gestando bajo el calor del Romanticismo: movimiento artístico que propugnaba la búsqueda de la singularidad del hombre y de su sociedad.
El lienzo
En tal propósito, sumergió su talento el intrépido Cuadras, sin negarse a lo diverso y enriqueciendo sus motivos pictóricos, logro enmarcarse en la exploración de historias particulares de países o zonas desconocidas y del carácter psicológico de determinados personajes populares que reflejaba en sus magistrales lienzos
Paso mucho el tiempo de su estancia por el viejo continente. Su llegada a su eterna y fiel Santiago de Cuba, resultó asombro para muchos. Su técnica refinada pero popular sirvió de fuente inspiradora a sus pinturas más representativas. Cada color iba acompañado por un trazo imaginario que representaba una expresión digna de parafrasear. Cada imagen se convertía en un suceso visual de disfrute y goce artístico. En pocos años logro convertirse en el precursor de la pintura costumbrista de la ciudad y más allá. Poseía una aparenta obsesión por pintar mujeres aguateras: famosísimas por su corpiño bien a siluetado, capaces de llevar el peso de aquellos baldes de agua, caminadoras por toda la ciudad colonial.
La obra maestra Entre Pinceles y Sueños
Pero su derroche de talento no solo quedó en esa humilde obsesión. Sus obras como: “Mestiza aguadora”, “Nacimiento del Río Baconao”, ” Lección de Anatomía” y ” Barracón de Ingenio” constituyeron obras cimeras de un artista que no le importó triunfar. El cumplir sus sueños de darle movimiento al pincel era su gran goce. Con estas obras obtuvo numerosos premios y reconocimientos internacionales. Actualmente estás pinturas se encuentran expuestas y en buen estado técnico en el hoy Museo Emilio Bacardi de la propia ciudad caribeña.
A veces los fatalismos geográficos se imponen y acompañan muchas historias de vida. Joaquín Cuadras Sagarra (1833-1877) desconocido en su tierra natal, siempre será homenajeado como uno de los pintores más contribuyentes al desarrollo de la pintura en Cuba del respetado siglo XIX. Su visión simpática y folclorista lo convierten hoy en un artista con todo el brillo de la expresión. Entre Pinceles y Sueños.