El BOLERO en Cuba ha tenido una larga historia. Más de cien años de un desarrollo múltiple, tanto en su estructura formal como en sus expresiones múltiples, lo han colocado en una variedad sonora que no admite olvidos. La historia musical de la Isla más melódica del mundo, sin pecar de regionalista, tomó aquel bolero inicial como una súplica necesaria para aquellos que no solo enamoran con palabras. Sino para muchos que enriquecen el punto de mira de su cupidezca víctima con una sonoridad fresca, elegante y sobre todo cautivadora.
Sus inicios más precoces parten de la teoría que fue en aquellos tiempos cuando guitarristas y trovadores lograban arrancarle los pétalos a la Luna, y se vislumbraba ese arcoíris multicolor pasional, atrevido, resistente a cualquier otro hechizo vuduista.
Su dramatismo y su rítmica insospechada parafraseando el carácter de aquella romanza con estilo francés. Su fórmula mágica nos dice que: “el primero fija la línea melódica, mientras el segundo se mueve por terceras o sextas, o en falsete, instalando un peculiar contrapunto”
Grandes figuras del bolero
De esta combinación surgieron y triunfaron dúos apostólicos como: Floro y Miguel, Juan Cruz y Bienvenido, Tata Villegas y Pancho Majagua, María Teresa y Zequeira, Sindo y Guarione. Ya a finales de los años veinte, el bolero comenzaba a fusionarse con el danzón. Dualidad perfecta que no sólo buscaba un corte más bailable, sino que apostaba sin medidas a regenerar mayores pasiones.
En aquella época dorada, los sextetos y septetos habaneros, iban fijando la estructura del bolero son. Con su combinación dónde “el solista recrea la melodía, que sirve de trance a un texto más narrativo, y el montuno final, más rítmico y pegajoso a los oídos”
Ejemplo vivo lo defendió el aclamado Trío Matamoros, a partir del bolero Lágrimas Negras, otorgándole una impronta a esta modalidad con su timbre distintivo, un empaste de voces perfecto y una tocada guitarrística envidiable.
Un recorrido por la popularidad
Pero no todo quedó ahí. El bolero fue pertrechándose de mil encantos en su recorrido por la popularidad. Hasta los cantores líricos aportaron su ingenio y un resultado más refinado: belleza tímbrica, clara dicción, técnica en la emisión, fraseo inaudito y dominio gestual incalculable. Toda una fiesta sonora al compás de una vida necesitada de amor y constancia.
BOLEROS elaborados por Lecuona, Roig, Pratts, Grenet, se dejaron oír en aquel entonces, matizadas por las voces de Mariano Meléndez, la magistral Esther Borja, René Cable, Fernando Albuerne. El bolero Aquellos ojos verdes de 1929, de Nilo Menéndez, consigues de ritmicidad slow americana y ritmo tropical logró definir un sendero estilístico. Un modo de hacer arte que marcó a los cantantes y compositores de la década de los cuarenta.