¿Te imaginas vivir en un mundo donde cada día podría ser el último? ¿Donde el destino de la humanidad depende de las decisiones de unos pocos líderes políticos? Esa era la realidad que se vivía durante la Guerra Fría, un periodo de tensión y confrontación entre las dos superpotencias mundiales: Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambas naciones poseían un enorme arsenal nuclear capaz de destruir el planeta varias veces, y se enfrentaban en una lucha ideológica, económica y militar por la hegemonía mundial. En este contexto, se produjo uno de los episodios más dramáticos y peligrosos de la historia: la crisis de los misiles de Cuba. Durante trece días, en octubre de 1962, el mundo estuvo al borde del abismo nuclear, y solo la habilidad diplomática y el sentido común evitaron una catástrofe.
Contexto histórico de la Guerra Fría
La Guerra Fría fue el resultado del enfrentamiento entre dos modelos opuestos de organización política, social y económica: el capitalismo liberal, representado por Estados Unidos y sus aliados occidentales, y el comunismo totalitario, encabezado por la Unión Soviética y sus satélites del bloque oriental. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, ambos bandos se disputaron la influencia sobre las regiones del mundo que habían quedado devastadas por el conflicto, como Europa, Asia y África.
La rivalidad se manifestó en diversos ámbitos: desde la carrera espacial hasta la propaganda cultural, pasando por las guerras proxy o indirectas en Corea, Vietnam o Afganistán. Pero el elemento más temido y determinante fue el desarrollo y la proliferación de las armas nucleares, que otorgaban a ambos contendientes un poder sin precedentes para aniquilar al enemigo. La doctrina de la disuasión mutua o el equilibrio del terror se basaba en la idea de que ninguno de los dos bandos se atrevería a iniciar una guerra nuclear, sabiendo que el otro respondería con igual o mayor fuerza, provocando una destrucción mutua asegurada.
Antecedentes de la crisis
Uno de los escenarios más conflictivos de la Guerra Fría fue América Latina, donde Estados Unidos intentaba mantener su influencia y evitar el avance del comunismo. En 1959, una revolución liderada por Fidel Castro derrocó al dictador Fulgencio Batista, aliado de Washington, e instauró un régimen socialista en Cuba. Esto supuso un desafío para Estados Unidos, que veía con preocupación la presencia de un gobierno hostil a solo 150 kilómetros de sus costas. En abril de 1961, una operación encubierta auspiciada por la CIA intentó derrocar a Castro mediante un desembarco de exiliados cubanos en Bahía de Cochinos. Sin embargo, el plan fracasó estrepitosamente y solo sirvió para reforzar el prestigio del líder cubano y su acercamiento a la Unión Soviética.
El primer ministro soviético Nikita Khrushchev vio en Cuba una oportunidad para contrarrestar el dominio estadounidense en el hemisferio occidental y para equilibrar la situación estratégica, ya que Estados Unidos tenía misiles nucleares instalados en Turquía e Italia, cerca del territorio soviético. Así pues, en secreto, Khrushchev acordó con Castro el envío de armas convencionales y nucleares a Cuba, incluyendo misiles balísticos capaces de alcanzar gran parte del territorio estadounidense.
Desarrollo de la crisis
El 14 de octubre de 1962, un avión espía U-2 estadounidense sobrevoló Cuba y tomó fotografías que revelaban la existencia de rampas para misiles soviéticos en construcción. El presidente John F. Kennedy fue informado al día siguiente y convocó al Comité Ejecutivo del Consejo Nacional
de Seguridad (EXCOMM) para analizar la situación y decidir cómo actuar. El EXCOMM estaba dividido entre dos opciones principales: una era realizar un ataque aéreo e invadir Cuba para destruir los misiles y derrocar a Castro, y la otra era establecer un bloqueo naval alrededor de la isla para impedir la llegada de más armas soviéticas y presionar a Khrushchev para que retirara las que ya estaban allí. Kennedy optó por la segunda opción, considerando que era menos arriesgada y más propicia para una solución diplomática.
El 22 de octubre, Kennedy anunció al mundo la existencia de los misiles soviéticos en Cuba y la imposición del bloqueo naval, que calificó como una «cuarentena» para evitar la connotación de acto de guerra. También advirtió que cualquier ataque nuclear desde Cuba contra cualquier país del hemisferio occidental sería considerado como un ataque de la Unión Soviética contra Estados Unidos y provocaría una respuesta masiva.
El bloqueo naval y la escalada de tensión
La reacción de Khrushchev fue de indignación y desafío. En una carta dirigida a Kennedy, el líder soviético acusó a Estados Unidos de violar el derecho internacional y de crear una situación peligrosa para la paz mundial. También afirmó que los misiles en Cuba tenían fines defensivos y que no se retirarían bajo presión. Khrushchev ordenó a los barcos soviéticos que se dirigían a Cuba que continuaran su rumbo, desafiando el bloqueo estadounidense. El mundo contuvo el aliento mientras se esperaba el momento en que los barcos se encontrarían con los buques de guerra estadounidenses. Sin embargo, en el último momento, Khrushchev dio la orden de detenerse y retroceder, evitando así un enfrentamiento directo. A pesar de este gesto conciliador, la crisis estaba lejos de resolverse. La tensión seguía siendo muy alta y cualquier incidente podía desencadenar una guerra nuclear.
Los momentos críticos
El 26 de octubre, Kennedy recibió otra carta de Khrushchev, en la que le proponía retirar los misiles de Cuba a cambio de que Estados Unidos se comprometiera a no invadir la isla ni apoyar a ningún grupo que lo intentara. Al día siguiente, llegó otra carta más dura, en la que Khrushchev añadía otra condición: que Estados Unidos también retirara sus misiles de Turquía e Italia. Kennedy decidió ignorar esta segunda carta y responder solo a la primera, aceptando el intercambio de garantías sobre Cuba, pero sin mencionar los misiles en Europa. Mientras tanto, la situación se complicaba aún más por dos acontecimientos imprevistos: el derribo de un avión espía U-2 estadounidense sobre Cuba por parte de las fuerzas antiaéreas cubanas, y el impacto de una granada submarina lanzada por un buque estadounidense contra un submarino soviético cerca del bloqueo naval.
Estos hechos aumentaron la presión sobre Kennedy para autorizar un ataque militar contra Cuba, pero también pusieron a prueba la capacidad de autocontrol de los mandos militares soviéticos. En el caso del avión derribado, se supo después que fue una orden dada por un oficial cubano sin consultar con Moscú ni con los asesores soviéticos en la isla. En el caso del submarino, se reveló que llevaba un torpedo nuclear a bordo y que su comandante estaba dispuesto a lanzarlo contra los barcos estadounidenses, creyendo que había estallado una guerra nuclear. Sin embargo, el oficial político del submarino, Vasili Arkhipov, se negó a dar su consentimiento para el lanzamiento, siguiendo las normas soviéticas que exigían la unanimidad de los tres oficiales superiores a bordo. Arkhipov salvó al mundo de una catástrofe con su valiente decisión.
Diplomacia y resolución
El 28 de octubre, Khrushchev anunció por radio que había ordenado el desmantelamiento y la retirada de los misiles nucleares de Cuba bajo la supervisión de las Naciones Unidas. A cambio, recibió la promesa privada de Kennedy de no invadir Cuba y de retirar los misiles estadounidenses de Turquía e Italia en unos meses. Esta solución fue posible gracias a la diplomacia secreta entre el hermano del presidente, Robert Kennedy, y el embajador ruso. Pese a que muchas personas se molestaron con sus respectivos gobernantes por sentarse a negociar con el enemigo, el tiempo nos ha demostrado la fortuna que tuvimos de que las personas a cargo pudieran resolver las cosas con diplomacia.